Hoy me he acercado por primera vez a las instalaciones de ESRADIO. La idea era que me hicieran una entrevista que se emitirá este fin de semana y quedara después liberada para volver al trabajo, pero como estaba en un estudio con otras personas, algunas conocidas, y teniendo en cuenta que al ser yo la primera del programa todos ellos me habían escuchado, por cortesía decidí quedarme hasta el final del programa y escuchar yo al resto de entrevistados.
Y fue una gran decisión porque pude conocer, entre otros, a Javier Galué, que nos invitó a reflexionar sobre las lágrimas en la oficina. Se le quedó muy corto de tiempo el programa, y espero que pueda continuar hablando sobre este tema porque me parece muy interesante ponerlo sobre la mesa.
¿Cómo reaccionan los directivos en las empresas cuando llora un empleado, y cómo reaccionan los compañeros? ¿Se enseña en la Universidad, o en los másters de RRHH, o de alta dirección cómo reaccionar ante las lágrimas de un compañero, de un subordinadoo de un jefe? ¿Está bien o mal visto llorar en la oficina? ¿Hay role plays, igual que los hay para negociación de subida de sueldo?
Los sentimientos de las personas en las empresas es un tema que me apasiona y que he querido reflejar en el libro RRelatos HHumanos. No se estudia nada en la carrera, y realmente es lo que mueve a las personas a dar lo mejor o lo peor de sí mismos, en la vida y en las empresas. Lástima no haber tratado este tema en el libro en primera persona, todo llegará…
A lo largo de mis años de carrera profesional he visto llorar muchas veces, tanto de alegría como de pena. En los últimos, con la crisis, mucho más de pena, para qué engañaros…
¿Qué sienten los que lloran? ¿Sienten los empleados vergüenza cuando lloran, se sienten vulnerables, o por el contrario lo utilizan como arma de doble filo para descolocar al que tienen delante? ¿Y el directivo, se atreve a llorar?
La respuesta como siempre que se habla de personas está clara: depende de la persona, del entorno y del momento.
Culturalmente al hombre se le ha enseñado a no mostrar sus sentimientos, y desde luego a no llorar! No vayan a tacharle de débil y otras muchas más cosas… La mujer no ha sentido tanta presión en su formación humanística, pero en las empresas, ay, ahí es otra cosa… Se las ha tachado de debilonas, o por el contrario de buscar con las lágrimas lo que no consiguen con sus acciones. Con el paso de los años, empieza a estar bien visto que el hombre alguna vez se muestre sensible y vulnerable, es más cercano, pero y en las mujeres, ¿se ha cambiado la percepción en estos años?
Vamos primero al terreno personal…
Yo a mi padre en toda mi vida solo le ví llorar dos veces, cuando murió su madre, mi abuela, siendo yo una niña (me impactó muchísimo, nunca olvidaré mi sorpresa…) y luego cuando murió su mujer, mi madre. Esta segunda vez no me impactó, yo era adulta y sentía también una grandísima pena que con el paso del tiempo en lugar de desaparecer, he aprendido a convivir con ella y cada vez es más grande. Mamá, cuánto te echo de menos…
A mi marido solo le he visto llorar de alegría dos veces, una por cada nacimiento de nuestras dos hijas. Y es que traer una vida al mundo emociona y mucho. Eso sí en algunas películas me dice que se emociona…
Y yo… pues a mí me da vergüenza llorar en público y me prodigo poco, aunque si lo necesito no me corto. Es una sensación rara, porque os reconozco que en privado me encanta llorar, me desahoga muchísimo y lo recomiendo como la mejor de las terapias. Pero nada de sollozos, la terapia solo es efectiva si se llora a moco tendido, las lágrimas quemándote la piel… es una sensación única.
En el terreno profesional…
Una vez al principio de mi carrera, exploté de puro estrés, y me vió un jefe llorar, y desde luego no supo actuar, sentí que estaba incómodo, no me supo apoyar, lo único que yo sentía es que él quería que parara de llorar, pero era evidente que no tenía interés en saber por qué lloraba que realmente era lo que yo quería compartir.
Pasó el tiempo, y en las empresas en las que he trabajado, las lágrimas que más comparten conmigo son sobre temas personales, enfermedades de familiares, problemas de pareja, conflictos con compañeros, con hijos. Me siento a su lado y escucho, así les ofrezco mi apoyo y espero ser de alguna ayuda. Siempre acabamos abrazados, mi cuerpo me pide contacto para transmitir mi empatía. No sé si me cuentan sus penas como compañeros o como empleados. Se sinceran mucho más las mujeres que los hombres, esto del género une mucho. Se desahogan y vuelven al trabajo aliviados. El trabajo, el pensar en otras cosas, les calma.
Cuando las lágrimas son sobre temas laborales, hago lo mismo escuchar y tratar de entender sus problemas, y sobre todo intento entender cómo se sienten. Creo que mi propia tranquilidad en ese momento les relaja, o al menos así me lo explicó alguno años después. A lo largo de los años me han dicho que escucho bien. Al principio me extrañó porque yo hablo mucho e interrumpo con preguntas, pero lo cierto es que pongo mi atención plena a cómo se sienten y al por qué de sus llantos, que muchas veces no me saben explicar.
Lo más curioso es ver cómo reaccionan otras personas a mi alrededor cuando las lágrimas de uno las vemos varios a la vez. Algunos personas (más hombres que mujeres) se quedan descolocados, no saben cómo actuar. Se ponen nerviosos. Otros apoyan, o al menos eso parece, porque luego te cuentan que no entienden esa reacción y critican su debilidad.
En mi despacho siempre hay pañuelos de papel (bueno directamente un rollo de papel de cocina), y cuando nos mudamos de oficina al concepto open space (que me daría para otro post), al arquitecto solo le pedí una cosa, que hubiera una sala totalmente cerrada, pensé yo para temas confidenciales y sobre todo para que el que quisiera pudiera llorar sin vergüenza y libremente.
Alguna vez esa sala ha sido efectiva… pero al final es en mi despacho acristalado donde sigo recibiendo las lágrimas, y es que tú puedes querer adelantarte y pensar en todas las situaciones, pero las lágrimas aparecen en el lugar más inesperado y sobre todo cuando alguien quiere sentirse escuchado. De ahí que prefiera hablar de lágrimas en el despacho, mejor que en la oficina.
Seguiremos escuchando y leyendo a Javier Galué y sus lágrimas en la oficina. Gracias por la reflexión!
Me encanta, completamente identificada en ambos lados de la situación y sobretodo con la frase: «A lo largo de los años me han dicho que escucho bien. Al principio me extrañó porque yo hablo mucho e interrumpo con preguntas, pero lo cierto es que pongo mi atención plena a cómo se sienten y al por qué de sus llantos, que muchas veces no me saben explicar.» Un abrazo.
Genial como siempre Rosa