Crónica parlamentaria por Manuel Pozo de escRHitores
Tras la cálida bienvenida por parte de DCH, la presidenta del Parlamento, Rosa Allegue, dio comienzo a la tercera edición del Parlamento de los RRHH. Lo hizo de una manera más desenfadada y menos rígida que en las dos anteriores ediciones, algo que transmitió incluso a través de su vestuario, menos encorsetado, como queriendo manifestar a los presentes que el encuentro era un momento oportuno para la libre expansión de las ideas.
Eso sí, se mantuvo rigurosa a la hora de comenzar la sesión recordando las normas que rigen el funcionamiento del Parlamento: Existe inmunidad parlamentaria, hay confidencialidad de las opiniones que se expresen en la sala, los tiempos se deben respetar y la presidenta es la única que da y quita la palabra, impidiendo cualquier interrupción entre los ponentes.
Tras presentar a los parlamentarios intervinientes, Rosa Allegue hizo una breve exposición desde un punto de vista histórico del tema sometido a debate: La evaluación de desempeño, que en la sede parlamentaria se planteaba bajo la pregunta: ¿Está muerta la evaluación del desempeño? Tras su nostálgica exposición la presidenta cedió la palabra a Luis Enrique Fernández Pallarés, letrado de la Sala, y representante del despacho Pérez-Llorca, en cuyo auditorio de Madrid se celebraba la III edición del Parlamento.
Luis Enrique Fernández Pallarés abordó el tema desde un punto de vista técnico, considerando el impacto jurídico de la evaluación de desempeño, lo que complementaba perfectamente la anterior intervención de Rosa Allegue.
Pero todo pareció explosionar con la intervención de Fernando Vargas en su papel de parlamentario defensor. Se mostró satisfecho porque antes de comenzar su batalla dialéctica ya había reducido a la mitad a sus tres parlamentarios oponentes: Lucio Fernández no pudo asistir por un problema surgido a última hora y Tomás Otero se encontraba mermado por una inoportuna gripe. Crecido ante la debilidad de sus oponentes, Fernando Vargas defendió con fuerza y con ingenio que la evaluación no está muerta, sino en proceso de evolución. Defendió la idea de que los propios recursos humanos están en peor situación que la evaluación de desempeño y la comparó con una conversación estratégica que sirve para hacer avanzar a la empresa.
Pero si brillante fue el arranque de Fernando Vargas, no menos enérgica fue la réplica de Begoña Landazuri, que comenzó aludiendo a su vestimenta (iba vestida de negro) para señalar que era riguroso luto por la evaluación de desempeño. La evaluación de desempeño está muerta, hay que acabar con ella, hay que generar un nuevo modelo, porque representa una amenaza para los mandos si estos no se ciñen a los criterios de los departamentos de Recursos Humanos. Sus frases sonaban lapidarias, y cuando parecía perder su empuje inicial, Tomás Otero utilizó su turno de réplica para continuar el ataque feroz a los argumentos del parlamentario defensor. Cuando más destrozadas están las personas es tras la evaluación de desempeño, quien manda no es el departamento de Recursos Humanos, sino el de Finanzas y la evaluación de desempeño es un acto de fe que se sigue realizando porque se ha hecho siempre.
Pero era duro el rival que Begoña y Tomás tenían enfrente. Su pasado como juez de línea de primera división, su pasado como árbitro de tercera división impartiendo justicia en esos campos de tierra embarrados de finales del siglo XX han endurecido el carácter de Fernando Vargas y le permiten mantener sus ideas contra un rival superior en número. La justicia es la justicia. La evaluación de desempeño evoluciona, las grandes empresas lo demuestran con un informe que presentó al público aireándolo como el viejo árbitro aireaba la tarjeta roja con el convencimiento de que la exclusión del juego era lo justo.
Llegaba el turno del público, que en el Parlamento tiene la potestad de expresarse a través de una aplicación implantada por DCH. Roberto Martín, de la empresa Speexx, se refirió a la guerra de talento y planteó una pregunta a los parlamentarios replicantes. Tomás Otero argumentó que la evaluación de desempeño implica muchos subprocesos y que el fallo en cualquiera de estos subprocesos provoca el fallo total de la cadena. Begoña Landazuri reforzó su exposición considerando que efectivamente hay una guerra de talento. Se buscan profesionales en entornos en los que a lo mejor no existen, lo que demuestra que la evaluación de desempeño convencional está muerta.
Pero con la intervención de los espectadores Fernando Vargas se sentía cómodo. El parlamentario defensor no se iba arrugar por la presión de un público enfebrecido y encontró aquí sus momentos más brillantes: Hay que cambiar el lenguaje. Hay que dejar de hablar de guerra. No se puede decir vamos a retener el talento. Hay que conseguir que los trabajadores sean embajadores de la marca.
Exultante, viendo que sus seguidores crecían, respondió a la pregunta surgida del público: ¿Cómo se diseñaría una herramienta nueva para la evaluación de desempeño? Su palabra mágica fue cocrear, la cocreación, que significa involucración para eliminar la resistencia del usuario.
Del público surgió otra voz: Nosotros hemos diseñado una herramienta a medida. Ya hemos buscado la involucración. Estamos preocupados. No funciona. Hemos relacionado la evaluación de desempeño con la retribución y estamos en un callejón sin salida.
Y aquí fue donde Begoña Landazuri encontró un resquicio para nivelar la batalla dialéctica. Vivaz, ligera, ágil, afirmó que unir la evaluación con la retribución es un fracaso, que ha fracasado en todos los países que conoce. Hay que vincular la evaluación al desarrollo, a un sistema abierto. Hay que mirar los ejemplos que ofrece el deporte ¿Qué se hace con los extremos con las curvas? ¿Cómo se actúa para la gran masa que ofrece unos resultados medios? Nada, no se hace nada.
En esto momentos surgió la grandeza del diálogo, la voluntad de entendimiento entre las personas. Las posturas, lejos de alejarse, parecían converger en un punto central, allí, cerca de donde la presidenta ejercía sus funciones de una forma más flexible, más condescendiente que en otras ocasiones, facilitando el uso de la palabra a unos parlamentarios que habían debatido con brillantez. Daniel Orta, de la empresa Otis, no supo a quién dirigirse para contar su experiencia. En la empresa tenían un sistema que no funcionaba. Mantienen tres conversaciones al año con los evaluados, se separó la evaluación de desempeño de las retribuciones, se eliminó la función policial y, sin embargo, se ha vuelto al mismo punto de partida. ¿Entran las empresas en un bucle?
Pero el tiempo se terminaba. Era momento de las frases brillantes para cerrar con lucidez la sesión parlamentaria. Fernando Vargas dijo que el negocio se tenía que convertir en propietario del proceso. Tomás Otero afirmó que hay que dejar fluir los procesos. Una voz preguntó desde la grada que cuál era el mejor momento para realizar la evaluación de desempeño. Fernando Vargas, hábil, devolvió la pregunta sugiriendo que la respuesta correspondía a la organización y la voz condescendiente y conciliadora de la presidenta se impuso en la sala para resumir lo debatido: “La evaluación de desempeño genera debate desde hace veinte años” dijo. “¿Cuándo hacer la evaluación de desempeño? Se nos evalúa como a máquinas, no como a personas. Es preciso separar las conversaciones de desarrollo de las conversaciones retributivas”, y se atrevió a cerrar con una impresión personal. “Me encantaría saber que va a pasar dentro de unos años”.
Recordamos que en el #ParlamentoRRHH los parlamentarios y público juegan un papel para fomentar el debate y no tienen por qué expresar sus propias opiniones ni las de las empresas a las que representan.